Eduard Jiménez Virgili
Eduard Jiménez Virgili, asesor del grupo de investigación ISOCAC de la URV en estudios castellers y marítimos. Arqueólogo náutico y subacuático, historiador, investigador profesor de secundaria.
El paro forzoso que ha comportado la pandemia de la covid-19 obliga a revalorizar aquella realidad cercana en el tiempo, pero distante en nivel: volver a arrancar no resulta sencillo. ¿Por qué no pensar en los inicios puros? ¿Cómo sería la empresa de levantar las construcciones humanas que conocemos, pero partiendo de cero?
Si hacemos una retrospectiva internacional, palpamos que la práctica de levantar estructuras formadas por personas no es una anomalía tan acentuada como pensaríamos en primera instancia, aunque tienen diferentes objetivos: las antiguas torres de Hércules venecianas (Forze d'Ercole) ya se construían entre los siglos XIII-XIX para celebrar el Carnaval, mientras en el área india de Maharashtra los govindas levantan pirámides desde el siglo XVIII por el festival anual hindú del Janmaashtami.
En estos casos siguen un patrón de orígenes religiosos, pero si miramos hacia las artes escénicas, encontramos la prolífica historia de acróbatas chinos que se remonta al menos al siglo III antes de Cristo o las caravanas ambulantes en el área norte- africana del Magreb, que se popularizarían desde la Edad Media. Así pues, escalar el cielo no resulta una tendencia aislada, sino más globalizada de lo que parece. Lo que sí resulta extremadamente esporádico y extravagante es tanto la magnitud como la complejidad a la que han llegado las estructuras catalanas e indias en los siglos XX-XXI, que han desafiado a la física y la historia.
Hoy en día la teoría por excelencia sobre el origen de los castells acepta que provienen de danzas incorporadas al modelo festivo catalán (un arquetipo de celebraciones que conserva esencia propia cuyo inicio el filólogo y gestor cultural Jordi Bertran sitúa en el siglo XIV ). Brevemente, tres de estos precedentes son:
El primero es la muixeranga de Valencia, que tiene una serie de construcciones festivas y rituales que se exportaron al Camp de Tarragona en los siglos XVII-XVIII, donde se popularizaron. Su presencia e impacto dieron lugar al baile de valencianos de origen tarraconense, el segundo caso, considerado el antecesor más directo de los castillos modernos. Adoptó la base de estructuras provenientes de la muixeranga valenciana, pero se diferencia en ciertos aspectos: escenificaciones y vestimentas distintivamente locales, innovación constructiva que ganó en acrobacia y espectacularidad y, sobre todo, un carácter preeminentemente lúdico-festivo (que comportó la progresiva pérdida de simbolismo católico respecto a la muixeranga). Finalmente cabe citar la moixiganga religiosa, representaciones catalanas surgidas en los siglos XVIII-XIX que también incorporaron torres humanes. En este caso plasma episodios de la Pasión de Jesús levantando estructuras en manifestaciones litúrgicas, diferenciándose de los otros dos casos que representan otras tradiciones (desfiles, teatrales o burlescas).
Estas expresiones culturales (muixeranga, baile de valencianos y moixiganga religiosa) convivieron durante décadas, fueron adquiriendo importancia y se arraigaron en enclaves concretos de Cataluña. Ahora bien, en el Camp de Tarragona en los siglos XVIII y XIX se normalizaron y adquirieron mayor presencia en los séquitos populares. De los lugares donde confluyeron y se diferenciaron estas modalidades, Valls fue el laboratorio de pruebas para materializar un nuevo cambio: los experimentos que las asociaciones vecinales llevaron a cabo en base a esas danzas inspiraron nuevas tendencias que, finalmente, configuraron la corriente castellera temprana entre las décadas de 1770-1810. La apuesta por fomentar dinámicas innovadoras diferenciales había motivado tipologías constructivas alternativas que se alejaban de los bailes previos, y se invertía más en aspectos clave como proporciones, altura, coordinación o técnica. Así pues, aquel esfuerzo colectivo acabó consolidando la formación de las primeras agrupaciones castelleres, entonces diferenciadas según ideologías y denominadas partits, que llegan a la actualidad con las colles vallenques.
No está claro si los castells nacieron por un proceso de cambio gradual o una ruptura respecto a las danzas en el que el historiador Joan Bofarull expone como «teorías creacionistas contra evolucionistas». Y cuando se teoriza aún más lejos de la propia línea espacio-temporal de la tradición, lo que Pere Català i Roca recopiló y denominó «precedentes remotos de los castells», todavía se plantean más incógnitas.